¿Que huella has dejado?

14.10.2009 21:10

Hay muchas preguntas que nos hacemos a lo largo de nuestras vidas. Hay preguntas que cierran cuando encontramos respuestas, y hay preguntas que abren. Nos abren a pensar, a mirarnos hacia adentro, a zambullirnos en nuestro interior y nos obligan a bucear hasta lo más profundo. Yo prefiero esas preguntas. Creemos que la pregunta que nos define, que define nuestra vida, es sobre nuestra vocación. Cuando uno llega a una fiesta, lo primero que nos preguntan después de nuestro nombre, es sobre “¿qué somos?” o “¿qué hacemos?”. Según que profesión tengamos pueden conversar con nosotros animadamente toda la noche, o mirar su reloj y decir que se les está quemando algo en el horno.

Pero no creo que nuestra profesión o nuestra actividad nos definan tan profundamente. Creo que la pregunta que yo le haría a alguien si pretendo conocerlo bien es: ¿Qué huella has dejado?

En mi biblioteca vive desde hace muchos años un libro con el que me topé cuando era chico y que siempre me sirvió para saber dónde ubicarme, donde es realmente importante estar parado. Se llama “¿Qué huella ha dejado usted?” y es del padre Roberto P. Lodigiani. Un libro que reúne los artículos que él ha publicado desde 1973 en el diario platense El Día. Aquí algunos fragmento de su introducción.

¿Qué huella ha dejado usted?

Iba recorriendo en auto los caminos de México, sentado junto al conductor del vehículo, vicepresidente éste del Sindicato de Transportistas. Hombre dicharachero, conversador, ameno, profundo conocedor de la Biblia, y de gran sentido común. De la conversación surgió quién era yo. Este hombre, enterado de mi condición, así, a quemarropa, sin medir otra razón, me preguntó: “¿Qué huella ha dejado usted?”. Esta pregunta de un hombre de pueblo, quedó hondamente grabada y creo que para siempre, dentro de mi, porque en definitiva la respuesta a esta pregunta, es la que contienen la utilidad o inutilidad de nuestra vida y la que nos da, ante nosotros mismos, la razón de la propia existencia y de nuestro humano trajinar.

Hacer una huella es dejar un rastro. Es hacer posible que otros puedan ir tras de nosotros, o de lo contrario perdido éste, desaparecer de la escena sin dejar nada, ciertamente nada, de nuestro paso por la escena de la vida. No importa la magnitud de la huella. Que ésta sea pequeña o grande. No es la dimensión lo que da el valor, sino la profundidad de la vivencia y el esfuerzo realizado para que quede estampada, porque también depende ésta de la dureza del suelo.

Una madre deja una huella de su paso cuando ha forjado el corazón de sus hijos, quienes así quedan capacitados para hacerlo luego con los suyos.

Un maestro, cuando ha formado discípulos que llevan dentro la imagen espiritual de su rpopio ser, que, a su vez, se transmite a otro con la asimilación de ella en la propia personalidad que transfiere lo recibido…

La fecundidad interior, la abundancia íntima de vida, es la razón de una vida de irradiación que va dejando su estela. Los que se hallan a nuestro lado, los que comparten nuestra vida , recibirán la abundancia de nuestro corazón o la transferencia de nuestros conflictos internos o nuestros defectos.

Si somos vacíos, superficiales, todo a nuestro alrededor será vacío. Daremos heno, paja. No daremos. A la distancia, destruiremos, y los que están a nuestro lado llevarán el mismo vacío que ha sido la característica de nuestro interior.

Si somos colmados, los demás recibirán de nuestra abundancia y darán a los otros lo que nosotros fuimos capaces de darles…

¿Usted  se da cuenta de la influencia que un artista puede tener sobre la comunidad y la huella que deja impresa en la conciencia de aquellos que devoran sus actitudes con sus ojos?

¿Valora usted la huella que han dejado ciertos héroes de determinada corriente política en una parte de la juventud, y la admiración que despiertan los seguidores que van tras ellos? ¿Acaso no lo estamos viviendo es esta hora de nuestra historia?

La experiencia enseña que si somos tierra, ofrecemos tierra. Si somos cielo, damos lo que el cielo brinda: gozo, paz, amor, benignidad. Si somos de mal genio, celosos, resentidos, impacientes, desamorados, fríos, racionalistas, calculadores, egoístas, inconstantes, vengativos y otros males, eso es lo que transferimos a los demás, lo que brindaremos y lo que recogeremos de ellos, después de haber sembrado.

Nadie da lo que no tiene, pero da lo que tiene, bueno o malo, y allí se encierra toda la estela que podemos dejar detrás de nosotros, a nuestro paso, en todos aquellos lugares en que nos toque actuar o vivir…

En la esfera de nuestra modesta acción, ¿qué huella podemos abrir para bien o para mal en el corazón de los que corazón de los que comparten su vida con nosotros?

Hay que tener condiciones humanas superiores para que la proyección de uno mismo trancienda los límites estrechos de todo ser normal, y aún los que las tienen lo hacen con la limitaciones y los defectos humanos que encierra todo su ser.

El valor de una huella lo aprendí hace años leyendo una anécdota de San Esteban Rey. Marchaba de noche acompañado por su escudero, caminando sobre la nieve. El frío de la noche como el del piso congelado por la nevada, hicieron que el escudero se quejara. San Esteban le dijo: “Pon tus pies en las huellas que voy dejando y pasará el frío”. Iba el escudero poniendo sus pies en las huellas abiertas sobre la nieve por los de San Esteban y su cuerpo y sus pies entraron en calor.

Ojalá pudiéramos dejar la huella del amor, en la que pisando los que nos siguen, que están junto a nosotros, sientan todo el calor que irradia un corazón que ama y que deja la huella de su personalidad y de su ser en todo aquello que, no digo ha pisado, sino influenciado y avivado.

“¿Qué huella ha dejado usted?”, fue la pregunta de un hombre común, pero que calaba hondo. ¿No es verdad que es una pregunta que deja dentro clavada una espina, y que sólo la respuesta íntima, personal, fruto de nuestra reflexión, puede arrancarla para que no lastime?

Un abrazo

Maxi

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