La caja de herramientas
Todos tenemos una caja de herramientas en casa. Fue el primer regalo que sentí que me iba a ser útil cuando tenía alrededor de 8 años. Recuerdo que era una pequeña caja de plástico que contenía 6 u 8 destornilladores de diferentes tipos. Todos con una punta diferente. Cada uno servía para ajustar o desajustar tornillos o tuercas. Me gustaba jugar a armar y desarmar todo tipo de aparatos eléctricos, electrónicos y de otros universos que nunca logré entender. Docenas de relojes rotos, radios descuartizadas y calculadoras intervenidas quirúrgicamente adornaban los diferentes sectores de mi casa. La verdad que no aprendí electrónica con eso. Pero sí me sirvió para dos cosas: atreverme a mirar por dentro las cosas y a valerme de diferentes herramientas para lo que quería lograr.
Cuando uno trabaja con niños, lo hace globalmente. Es decir, que trabaja teniendo en cuenta todo el universo del niño; desde su dimensión lógico-matemática, del lenguaje, hasta su dimensión corporal y afectiva. Es como si pretendiéramos escuchar un solo instrumento dentro de una sinfonía, o cuando intentamos ponernos en los zapatos de la otra persona y no podemos. Trabajar con mis pacientes, me lleva a poner en juego toda mi atención, pero principalmente, toda mi mirada para ver más allá de la dificultad, de la patología y más allá de mis preconceptos. Y ahí es donde aparece lo que yo llamo mi propia caja de herramientas.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra caja de herramientas ya sea para trabajar o relacionarnos con las demás personas. Es nuestro conjunto de conocimientos, saberes, experiencias, la posibilidad de ser creativos, nuestros aprendizajes y hasta nuestros propios errores. Al momento de trabajar con otras personas (ya sean pacientes, alumnos, etc.) recurrimos a esta caja de herramientas que nos irá sirviendo al igual que una galera a un mago de donde saca toda clase de elementos variados. Hay recursos que nos pueden servir más que otros, pero todos son válidos.
Existen tantos recursos como personas y modalidades haya. Al momento de vincularnos con nuestros pacientes, es importante hacernos esta pregunta: ¿Cuál es el mejor camino? Y acá no estoy preguntando cual es el atajo, sino el mejor camino dentro de su proceso de subjetivación. La magia por ejemplo puede ser una excelente herramienta, sobre todo a la hora del primer encuentro. En mi caso me ha ayudado a poder vincularme desde un lugar de juego, de ilusión, en donde todo se puede imaginar y la esperanza puede llegar a ser un motor vital. Particularmente, no me pongo en el lugar del mago que todo lo puede (ese no es mi objetivo) sino desde un compartir la experiencia de la magia, el soñar juntos, que esta posibilidad de soñar está en cada uno, y uno es dueña de ella.
Otras dos herramientas que creo son útiles (y tantas veces olvidadas), es el juego y el humor. Por un lado, el juego nos permite crear espacios y momentos de mucha libertad, un sentimiento de liberación que promueve la creatividad y rompe nuestras cadenas de rigorismo. El juego es una cuestión de contexto ya que no es lo que hacemos sino cómo lo hacemos. Por otro lado, al humor lo tomo como una estrategia de ajuste que nos ayuda aceptar de forma madura lo que nos pasa, así sea una situación de dolor, malestar o frustración. El humor le quita el sentido trágico a la realidad, y nos muestra cómo una situación puede reconfigurarse súbitamente y de esta forma producir un cambio.
Estemos atentos a utilizar nuestra propia caja de herramientas y así, abrirnos a la experiencia de la creatividad de nuestros propios recursos personales.
Maximiliano Fornari
24/02/10